En el Bautismo está la raíz y el manantial de la unión con Cristo.

En la noche Pascual y siempre que celebramos la Eucaristía, recibimos el encargo de ser testigos del Señor con nuestra vida. Nos convertimos en sus testigos cuando nuestras acciones, palabras y modo de ser transparentan a Jesucristo: valorar la vida como Él, amar como Él y, con Él, el vivir en comunión con el Padre y el Espíritu Santo. Aún a pesar de sentir con frecuencia la contradicción entre lo que nuestra conciencia nos indica que debemos de hacer y lo que realmente hacemos.

En esta etapa de la vida de los preadolescentes y adolescentes, la catequesis pretende que se reavive en ellos su deseo de seguir de cerca a Jesucristo. Aquel de quien nos fiamos los cristianos, profundizar en su vida y su mensaje. De ahí obligada es la referencia constante a los Evangelios.

Una catequesis valiente, directa y con un ofrecimiento claro de lo que significa ser un cristiano auténtico. Hacer propios los sentimientos de Cristo.

Por tanto, en el centro de esta etapa es Cristo, conocerlo más, acogerlo mejor y optar por la alegría del Reino de Amor, de Justicia, de Paz, de Libertad, de Verdad, que vino a instaurar.

Jesús se encarna, se mete en nuestra humanidad, para revelarnos quién es Dios y quién es el hombre.